Las calles

as calles son las arterias de las ciudades, son los vasos comunicantes, son los enlaces en donde la vida pública sucede y se manifiesta. Es quizás, el espacio que caracteriza y diferencia a una ciudad de otra, es el territorio donde la oportunidad de encontrarnos y reencontrarnos como ciudadanos tiene lugar. Las calles aparentemente son iguales y monótonas, sin embargo, nada hay más falso. Para los observadores atentos al entorno, las calles aportan sorpresas, novedades, e imprevistos. Sin duda, las calles tienen la capacidad de fascinar al transeúnte.

Por consecuencia de lo referido en los apartados anteriores de este capítulo, es factible plantear dos ideas:

  1. la vida urbana se complejizará en función del tamaño de la urbe donde se desarrolle, y
  2. la vida urbana presenta al individuo un sinnúmero de continuas manifestaciones de todo orden y en todo momento.

Así pues, la vida urbana es intensa y demandante, no descansa, la actividad de la ciudad no cesa un minuto, semeja a un enorme organismo voraz e incesante, insaciable y tenaz, activo todo el tiempo, productor de intercambios continuos, y como consecuencia, generador a cada momento, de información de toda índole, así como las posibles reinterpretaciones que de ella se hicieran.

Como se ha señalado anteriormente, las megalópolis se han forjado sumando funciones sobre las establecidas previamente, precisamente porque las funciones se atraen como polos imantados. Por tanto, la acumulación generará una agitación tan grande como el nuevo tamaño que haya adquirido alguna ciudad –esto es, lo que acontece en una megalópolis estará en función de sus dimensiones–, y como es lógico suponer, superará con creces a las posibles ofertas (en todos los sentidos) que una ciudad de medianas dimensiones brinde.

De modo que la vida urbana por definición será agitada y ruidosa, convulsa y estridente una vida a mayor velocidad y más demandante, en oposición a una vida apacible de los ámbitos rurales. De acuerdo con lo anterior, es prudente suponer que habrá ciudades más serenas, en comparación de otras. La gran ciudad –y la megalópolis, por supuesto– ofrece opciones y tensiones más numerosas que la pequeña ciudad o el pueblo.

Por ello, las calles serán tanto un lugar de intercambio, como recinto colectivo y una forma de contacto cotidiano. Las calles de las ciudades son poseedoras de dos características con simultaneidad, tanto la singularidad, como la pluralidad:

  • Singularidad, puesto que las calles ofrece un conjunto de características propias, construidas a partir de su propia historia que la diferencia de otros espacios urbanos.
  • Pluralidad, puesto que es un espacio de vida –localizable en diversos contextos– en donde coexisten simultáneamente disímiles modos y patrones de asumir la vida urbana, con las restricciones y oportunidades que la misma generará.

Ante todas las condiciones enunciadas anteriormente, debemos afirmar que las calles funcionan como modo de guía para los individuos que habitan las ciudades: les favorece para distinguir un sitio de otro, ayuda a encontrar el camino y –fundamentalmente– a entender cómo interactúa el espacio de la ciudad. En otros tiempos se usaban exclusivamente –como ya se ha mencionado– para delimitar el espacio construido y dar acceso a los edificios, hoy se han convertido, arterias de la vitalidad urbana, así como escenarios del incesante diálogo de las múltiples culturas citadinas.

Como consecuencia del enorme del volumen de tránsito que ocurre cotidianamente, hoy en día, en las calles de las ciudades abundan inmensas cantidades de información, de todo orden, de todo género: visuales, sonoras, táctiles, inclusive olfativas que bombardean en todo momento a nuestros sentidos. Esa información puebla el espacio y el tiempo, existen para transmitir información al transeúnte de tal forma que orientan, dirigen y condicionan sus comportamientos a favor de una respuesta.

Tal cantidad de tránsito y tráfico por estos espacios “vacíos” obliga a la necesidad de identificar, de señalar, de marcar, en síntesis de presentar signos claros para orientar al gran número de gente en movimiento, ha sido indicado líneas arriba que las ciudades son áreas de vivienda, labor, factoría, comercio, diversión, educación, devoción o creación, por ello es indispensable ofrecer claridad –dentro de lo posible– a quienes se mueven a través de ella para cubrir sus intereses. Aquí debemos anotar que ese incesante trajín recorre tanto espacios públicos (avenidas, bulevares, calles, callejones, plazas, andadores, avenidas, etcétera), como espacios interiores o privados (casas, edificios, comercios, pisos, departamentos, habitaciones, suites, áreas, y cualquier otro tipo de zonas, etcétera).

¿Cuál ha sido la forma elegida para solventar esta necesidad? Simple, la nominación del espacio público. Para ello se ha echado mano de letras y de números para indicar lotes y edificaciones, así como cualquier otra clase de segmento en las calles. Una forma de dar sentido al caos: en una ciudad de pequeña o mediana extensión es posible guiarse con referencias para desplazarse de un sitio a otro, pero en una urbe de mayores dimensiones las condiciones propias impiden que descarguemos nuestra confianza en referencias de terceros.

La nomenclatura en las zonas urbanas es un procedimiento que permite la identificación de vías e inmuebles de una localidad y esto permite generar domicilios y ubicaciones de forma precisa y ordenada, por lo tanto, es un elemento fundamental de orden y planeación de las ciudades.

De esta forma letras y números pueblan las calles cumpliendo la función de informar al ciudadano en movimiento de un sitio a otro. Dichas formas no ostentan una sola forma de manifestación y/o expresión, sino que regularmente echan mando de vistosos recursos del diseño gráfico para declarar certeramente al peatón o bien, a al automovilista el sitio en el que se encuentra.

De tal forma, las calles están colmadas de documentos gráficos en los que las letras ocupan un lugar destacado, no solamente como texto de significación verbal, sino también como material gráfico.

Si prestamos atención, tanto a la nomenclatura urbana, como la señalética, e incluso a la publicidad de las calles, descubriremos con grata sorpresa una insospechada cantidad de letras que habitan –algunas con gran discreción, otras con estridencia– las zonas por las que regularmente nos movemos, mudos testigos del tráfico y del tránsito de las ciudades, puesto que hallaremos manifestaciones de las letras en la calle haciendo uso de variados recursos propios del diseño para manifestarse ante el peatón y el automovilista.

De tal forma, podemos afirmar que las calles de las ciudades se muestran plenas de mensajes y elementos gráficos de diversos propósitos, varios de ellos vinculados estrechamente con las letras y que pueden resultar muy atractivos si son observados desde una perspectiva renovada.